Podemos aplicar al conjunto de la obra de Joseph Ratzinger la constatación que él mismo anticipa acerca de que las distintas corrientes de interpretación del "Reino de Dios" se basan en los postulados y la visión fundamental de la realidad de cada exegeta (p.80). No cabe duda de que el autor de Jesús de Nazareth (Flammarion 2007) no escapa a este condicionamiento. Ya su larga trayectoria en la Curia romana y, muy en particular, a la cabeza de las Congregaciones de la Doctrina de la Fe, revelan algunas fijaciones filosóficas, teológicas e ideológicas que irán apareciendo a lo largo de esta larga meditación. Sus silencios sobre algunos textos y, en cambio, la cita de otros vienen a señalar algunas de estas orientaciones.
No cabe duda de que otras meditaciones sobre el mismo tema realizadas por Dom Helder Camara, que vivía en los barrios pobres de Brasil, o por Monseñor Oscar Romero, comprometido en el servicio del pueblo perseguido en El Salvador, o por el padre Ernesto Cardenal, sacerdote en un medio desfavorecido en Nicaragua o también el abbé Pierre que vivió con sus “sin techo” en los barrios pobres de París serían muy diferentes de las que encontramos en el volumen de Joseph Ratzinger. Se partiría, por tanto, en todos los casos, del mismo Jesús de quien nos hablan los Evangelios.
Más académico que pastoral, más cristológico que histórico, el libro está atravesado por una preocupación fundamental, la de centrar todo en Dios, el Padre a quien Jesús nos reenvía por su persona divina y su obediencia hasta la muerte en la cruz. El autor nos dice que Jesús es la actualización de la Torah (ley) y que, en él, se encuentra la justicia y "la aceptación de la entera voluntad de Dios, la voluntad de tomar sobre sí el `yugo del Reino de Dios " (p.37). La Iglesia cultual es la prolongación en el tiempo de esta aceptación de Jesús y del Reino de Dios del cual es la encarnación.
En la presente reflexión querría atenerme a dos aspectos que me parecen significativos en cuanto a las orientaciones fundamentales del autor: en primer lugar sus silencios sobre algunos textos y corrientes de pensamiento teológico, y, luego, las posturas adoptadas y sus silencios sobre algunas cuestiones relativas al compromiso social y político de los cristianos.
1. LOS SILENCIOS SOBRE ALGUNOS TEXTOS Y CORRIENTES DE PENSAMIENTO TEOLÓGICO
En el relato del Bautismo de Jesús, cabe advertir la ausencia de tres referencias, sin embargo importantes y capaces de proyectar una luz particular sobre el advenimiento de Jesús y de su misión en el corazón de esta humanidad a la que pertenecemos todos. En primer lugar el primer encuentro de Jesús con Juan Bautista en el momento de la visita de María a su prima Isabel. Esta última, embarazada de Juan Bautista, al oír el saludo de María, sintió al niño saltar en su seno y se llenó del Espíritu Santo. "Bienaventurada la que creyó: lo que el Señor ha dicho se cumplirá”. Entonces María dijo:
"Desplegó la fuerza de su brazo; dispersó a los hombres de pensamiento orgulloso; derribó a los potentados de sus tronos y exaltó los humildes; a los hambrientos colmó de bienes y a los ricos, los despidió con las manos vacías (Lc. 1, 51-55).
Se trata de un fragmento del cántico (el Magnificat) que los católicos tienen la costumbre de cantar en ocasión de celebraciones festivas. En el contexto social del tiempo en que, según los datos del autor (p.96), el 90% de los habitantes de la región formaban parte de la clase de los pobres, esta exclamación profética que Lucas pone en boca de María no caía en oídos sordos. El orden del mundo, establecido por los reyes, los emperadores y a menudo sostenido o tolerado por los grandes sacerdotes, no era el querido por Dios. En este contexto los zelotas, revolucionarios del tiempo de Jesús, quisieron cambiar este orden de las cosas y los esenios se apartaron del templo de Herodes para formar comunidades familiares y monásticas en el desierto (pp.32-33).
La llegada de Jesús aporta, pues, una nueva esperanza en cuanto a la próxima llegada de un nuevo orden en el mundo. Su vida y su misión precisarán la naturaleza de este nuevo orden. Una primera referencia, por lo tanto, en absoluto anecdótica, que habría sido importante señalar para comprender mejor el desarrollo de la misión de Jesús en el mundo. Este texto tiene en cuenta el mundo político y económico. En efecto, cuando se derriba a los poderosos de su trono y se despacha a los ricos con manos vacías, no es para actuar política y económicamente de modo totalmente neutral. Hay algo que cambia en la organización de las relaciones de grupos y personas. El autor en cambio eligió, en este caso, atenerse al Evangelista Juan (1,31-33) que hace decir al Bautista, hablando de Jesús, "que no lo conocía" (p.34).
El segundo encuentro ocurre, treinta años más tarde, en el Jordán. Allí se encuentra con un Juan Bautista que no modera sus palabras allí donde muchos fariseos y saduceos venían a hacerse bautizar:
“Raza de víboras, ¿quién os ha mostrado el medio de escapar de la cólera inminente? Dad pues fruto que prueba la conversión; y no os contentéis con decir: `Tenemos por padre a Abraham". Ya que os digo, que de estas piedras Dios puede dar hijos a Abraham. Ya el hacha está dispuesta a atacar la raíz de los árboles; todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego” (Mt.3, 7-10).
Este texto no es obviamente blando para una gente que se reclama de la fe en Abraham, pero que sólo vive de cultos y apariencias tras los cuales se oculta mucha hipocresía. El bautismo de Juan hace en un primer momento una llamada al examen completo de estas astucias y en un segundo momento a una nueva manera de vivir. Incluso una nueva escala de valores se impone. Con todo cuando se leen los comentarios del autor ante estos dos grupos, el lector puede fácilmente constatar que los cubre con una cierta comprensión. ¿De hecho, no suponen para el judaísmo lo que el autor y las jerarquías son para la Iglesia? La tentación de trasladar estas invectivas a los grandes sacerdotes y los doctores de la ley de hoy no carece totalmente de fundamento. El autor sabe seguramente algo de todo ello.
Los saduceos, que forman mayoritariamente parte de la aristocracia y la clase sacerdotal, se esfuerzan en vivir un judaísmo instruido, conforme al modelo espiritual del tiempo, y tratando de adaptarse a la soberanía romana... El modo de vida de los fariseos encontrará una encarnación duradera en el judaísmo impregnado por el Mishna y el Talmud... No hay que olvidar que la gente que fue hacia el Cristo procedía de horizontes muy distintos y que la comunidad cristiana primitiva comprendía también a muchos sacerdotes y antiguos fariseos (p.33).
Los zelotas, por el contrario, no se benefician de tanta compasión por su parte. "Estos últimos no rechazan ni el terror, ni la violencia para restaurar la libertad de Israel. Los fariseos [...] intentan por su parte llevar una vida de observancia estricta de los preceptos de la Torah..." (p.32).
En sucesivas ocasiones Jesús se enfrenta con esta gente que intenta atraparlo de cualquier modo. No en vano Mateo les consagra prácticamente un capítulo completo, poco antes de que Jesús sea condenado por aquellos mismos a morir en la cruz. Jesús no va con guantes blancos, por lo que se pone de manifiesto la seriedad del tema tratado y su impacto en la comunidad de creyentes. Joseph Ratzinger no insinúa ni siquiera una palabra que supongan precisiones esenciales sobre "la verdadera voluntad del Padre". Me permitiré citar sólo algunos extractos. Es necesario recordar que es el Hijo de Dios el mismo que habla, el mismo que será llamado a juzgar el mundo:
" ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! ¡Vosotros ciertamente no entráis; y a los que están entrando no les dejáis entrar!
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito y, cuando llega a serlo, le hacéis digno de condenación el doble más que vosotros!
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del hinojo y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe! Esto es lo que hay que practicar, aunque sin descuidar aquello (ver Mt 23,1-33). "
Si Jesús se detuvo tanto en este punto, insistiendo en ello de nuevo a menudo, muy a menudo, y en todo caso más que a otras cuestiones como la sexualidad, el culto e incluso la riqueza, es que era algo importante. ¿Entonces, cómo explicar que el autor no haya destacado y comentado estas declaraciones de Jesús en un libro cuyo objetivo es precisamente presentarnos su persona y su mensaje?
Los comentarios del autor sobre este aspecto de la personalidad de Jesús y sobre la importancia que concede a esta cuestión habrían dado luz seguramente al lector. Habrían permitido hacer una autocrítica de los actuales doctores de la ley e indicar, como lo han hecho Juan Bautista y Jesús, la naturaleza de la verdadera conversión a la que atenerse. Pienso que cualquier lector habría estado a la vez atento a este análisis e indulgente ante algunos "mea culpa" exigidos por el Bautismo de Juan y las invectivas de Jesús.
El autor prefiere sin embargo ignorar estos dos pasajes y tomar más en consideración a los zelotas, promotores de violencia y terror. En su defensa cabe no obstante tener en cuenta que si el levantamiento de los zelotas, aplastado por los soldados romanos, terminó en un baño de sangre del que ellos mismos fueron víctimas, no fueron objeto de reprimendas por parte de Juan Bautista, como fue el caso de fariseos y saduceos.
El tercer texto silenciado es precisamente el referente a la conversión. A la muchedumbre que le pedía qué era necesario hacer, Juan responde:
"Si alguien tiene dos túnicas, que comparta con el que no tiene; si alguien tiene de qué comer que haga lo mismo”. Los recaudadores de impuestos también vinieron a hacerse bautizar y le preguntaron: “Maestro, ¿qué debemos hacer?". Les dice: "No exijáis más de lo que está fijado”. Los soldados le preguntaban: "Y nosotros, ¿qué debemos hacer?". Les dice: “No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas y contentaos con vuestra paga" (Luc 3. 10-14).
Es otra referencia que proyecta una luz particular sobre el nuevo espíritu que en adelante debe inspirar a quienes piden el bautismo de Juan. Se encuentran aquí elementos importantes para la conversión. El compartir, la honestidad en las tareas que se nos confían. Esta honradez no depende sólo de las exigencias del patrono, sino también en función de los clientes, de los accionistas, de los electores.
Todos sabemos que el sistema de competencia y beneficios no guarda siempre el escrúpulo de la honestidad como la primera de sus preocupaciones. Cada oficio, cada profesión encierra sus pequeños secretos que permiten redondear muchas facturas. Si de la noche a la mañana todo el mundo se negara a colaborar en estas astucias encaminadas a inflar las facturas, a aumentar indebidamente las rentas, nos encontraríamos rápidamente en un nuevo mundo, un mundo donde la palabra honradez recuperaría su sentido original. ¿La conversión no consiste, entre otras cosas, en negarse a todas estas marrullerías? A los soldados, algunos de los cuales habían participado quizá en la represión de los zelotas, les pide no hacer ni violencia ni extorsión a nadie. Por el contrario para el autor, el Bautismo de Juan Bautista "implica el reconocimiento de la falta y una solicitud de perdón para conocer el renacimiento..." (p.37). Algo que no se deduce como tal de los textos que enmarcan este Bautismo de Jesús.
Cabe preguntarse cómo este pasaje de los Evangelios sobre la conversión ha podido escaparse a un autor tan informado. Habría sido interesante contar, a la luz de este texto, con su análisis de las distintas recomendaciones de Juan Bautista. Entre otras cosas habría sido interesante oírle hablar del compartir, la honradez, la violencia.
SILENCIO SOBRE LA TEOLOGIA DE LIBERACION
Aunque se percibe que la teología de la liberación se encuentra detrás de algunas de las posturas adoptadas, no se dice ninguna palabra. La ocasión para discutirlo habría sido pertinente en el contexto de las reflexiones que el autor hace sobre el Reino de Dios. En esta sección, el autor resalta las distintas maneras de comprender, a lo largo de la historia, lo que significa este anuncio del Reino de Dios. Parece especialmente preocupado por la naturaleza de la manifestación de ese Reino en nuestro mundo. ¿Es la Iglesia en sus encuentros cultuales? ¿Es un Reino muy interior que se vive en la intimidad de una relación mística con Dios? ¿Es la llegada de un mundo de justicia y paz al cual todas las religiones se unirían sin por ello abandonar sus cultos propios?
Para las dos primeras hipótesis recurre a los distintos autores y a las opiniones desarrolladas sobre una u otra de ellas. En cuanto a la última hipótesis no se cita ni interpela a ningún autor. Esta hipótesis, la resume por otra parte así:
"El carácter central del Reino sería precisamente el corazón del mensaje de Jesús, y constituiría la vía que permitiría reunir finalmente las fuerzas positivas de la humanidad en la marcha hacia el futuro del mundo. "Reino" designaría, pues, simplemente un mundo donde reina la paz, la justicia, y donde se preserva la creación. No se trataría de nada más. Este "reino" debería instaurarse como finalidad de la historia (pp.74-75)."
Este enfoque, del que no se sabe de dónde procede, alcanza no obstante por algunos de sus enunciados las preocupaciones de la teología de la liberación. Hubiera sido importante que Joseph Ratzinger se tomara un tiempo para resumírnoslo y para comentarlo. De la misma manera, por otra parte, que hizo respecto a otros enfoques.
La presentación de este pensamiento habría aportado a esta meditación elementos interesantes que compartir, tanto más cuando es un pensamiento profundamente comprometido. Es un pensamiento fuertemente anclado en la realidad social, política y económica en la cual evolucionan, en dependencia y pobreza, más de dos tercios de la humanidad y con los cuales Cristo resucitado está manos a la obra. Habría sido iluminador que el autor precisara en qué se disocia de este pensamiento. Sabemos que varios de estos teólogos de la liberación han sido suspendidos, que algunos han sido condenados y otros asesinados. La gran mayoría de los que han sido reducidos al silencio por las autoridades vaticanas se quejan, por otra parte, de la mala fe con la cual se les hace decir lo que no dicen para apartarlos de sus tareas de enseñanza y de formación. Una carta muy emotiva de uno de ellos, Jon Sobrino, jesuita, dirigida al General de su orden, aborda ampliamente estas posturas acusatorias.
Todo esto viene a decir que la reflexión del autor era más pertinente cuando él mismo tuvo la oportunidad de dialogar con varios de ellos e, incluso, de sancionar unos cuantos de estos teólogos. No hay duda de que tal discusión lo habría aproximado a la realidad latinoamericana, el sujeto que se abstuvo de tratar directamente. ¿Sería para evitar las susceptibilidades de quienes desempeñan allí un papel dominante y cuyas actitudes conflictivas le habrían obligado a tomar postura? Si el juicio que emite en la página 75 particularmente se refiere a esta teología, hubiera sido importante que lo precisara. ¿Cuál es este juicio?
En una observación más atenta todo este razonamiento se revela como una habladuría utópica sin contenido real, a menos de postular sin decirlo que son las doctrinas partidarias las que deberán determinar el contenido de estos conceptos que cada uno será obligado a aceptar (p. 75).
Su aplicación explícita a la teología de la liberación daría a los autores promotores de ella la ocasión de responder precisando su propio pensamiento.
2. ANÁLISIS Y TOMAS DE POSTURA POLÍTICA Y SOCIAL
El autor, Joseph Ratzinger, nos sorprende por ciertos análisis de la realidad social, política y económica. Me permito resaltar los que sobresalen más.
Respecto al totalitarismo
"Tras la experiencia de los regímenes totalitarios, de la brutalidad con la que aplastaron a los hombres, se burlaron, esclavizaron, golpearon los débiles, estamos de nuevo en condiciones de comprender a los que tienen hambre y sed de justicia, redescubrimos el alma de los afligidos y su derecho a ser consolados (p. 119)."
Joseph Ratzinger se abstiene, en este apartado, de precisar a quién se refiere realmente. Sospechamos, evidentemente, que piensa en la exUnión Soviética y en sus satélites de Europa del Este. Sin embargo, más que decirlo explícitamente, para no dejar ninguna ambigüedad en el lector en cuanto a los regímenes y los sistemas aludidos, elige acogerse en el nombre genérico, el totalitarismo. Un lector atento podrá extender el alcance a los horrores del nazismo, del fascismo y de los regímenes militares represivos y sangrientos que marcaron la historia de América latina. No obstante, la mayor parte de los lectores comprenderá inmediatamente que se trata de los regímenes comunistas de la exUnión Soviética y de sus países satélites. Será sobre todo a los últimos a quienes se aplicarán los calificativos utilizados para destacar el carácter diabólico e inhumano del totalitarismo. Además, observando los horrores de este totalitarismo es cuando se es capaz "de comprender a los que tienen hambre y sed de justicia, de descubrir allí el alma de los que están en la aflicción y su derecho a ser consolados". El lector puede ser llevado sutilmente a aplicar a todos los regímenes socialistas "estos horrores" y hacer caso omiso de los "horrores" generados por otros regímenes también sangrientos.
Hay que lamentar que el autor no hubiera precisado más sus referencias al TOTALITARISMO, dejando al lector en manos de sus propios prejuicios. ¿No es injusto, en efecto, trasladar estas intenciones a quienes persiguen su desarrollo humano y colectivo en el marco del socialismo, como Cuba, Vietnam, China o incluso en el marco de un socialismo nuevo como es actualmente el caso de diversos países de América Latina? Esto no es una cuestión simple de matiz, sino, en este caso, de fondo.
Respecto al capitalismo
"Frente a los abusos del poder económico, frente a los actos de crueldad de un capitalismo que rebaja a los hombres al nivel de la mercancía, nuestros ojos se han abierto a los peligros que oculta la riqueza, y comprendemos de manera renovada lo que Jesús quería decir cuando advertía contra la riqueza, contra el dios Mammon que destruye al hombre y que estrangula, entre sus horribles garras rapaces, una gran parte del mundo (p. 120)."
Una vez trazados los efectos depravados del capitalismo y de la riqueza, el autor recorre vagamente y sin precisión las leyes que rigen este sistema y sobre sus principales actores y promotores. Benedicto XVI, evita hablar del liberalismo económico, de la actividad de las multinacionales y de los gobiernos que las sostienen. No son sin embargo legión los que tienen el poder de imponerse y de dictar las leyes al servicio de sus ambiciones y de sus intereses. Ninguna palabra sobre los regímenes militares de América latina sostenidos por este capitalismo. Causaron decenas de millares de muertos, centenas de millares de presos y torturados y varias centenas de millares de expatriados. Ninguna palabra de este tipo de totalitarismo como sí hace para la exUnión Soviética y sus satélites. Ninguna palabra sobre el Imperio estadounidense que se impone por todas partes en el Tercer Mundo para asegurar allí su hegemonía y el mejor aprovisionamiento de sus multinacionales. Aunque Dios esté muy presente en las distintes Administraciones de los EE.UU que se suceden –todos conocemos el “God bless America”—parece que no obstante, no tiene gran cosa que decir cuando es tiempo de hablar de intereses y de escoger medios para suprimir a quienes pueden llegar a ser unos obstáculos. Una mirada más amplia del autor sobre el conjunto de esta realidad habría permitido captar mejor la originalidad y la naturaleza de este capitalismo, siempre tan vivo y activo en el mundo y precisar la aportación de Jesús de Nazareth como fuerza de cambio.
Respecto a la alienación del hombre
"¿No es verdad que el hombre, esta criatura llamada hombre, a lo largo de su historia, es enajenado, brutalizado, explotado? La humanidad en su gran masa casi siempre vivió bajo la opresión. Y a la inversa, ¿los opresores son la verdadera imagen del hombre, o no dan más bien una imagen desnaturalizada, envilecedora? Karl Marx ha descrito de modo drástico "la alienación" del hombre […] ha dado una imagen muy concreta del hombre que cae en manos de bandidos (p. 224)."
En cuanto a la alienación, hay que concederle a Joseph Ratzinger el mérito de reconocer la profundidad de los análisis de Karl Marx. Se abstiene no obstante de hacer referencia a los regímenes que se inspiran en ellos y llegan a dar a su población más justicia, más dignidad y respeto. Hay que reconocer que el final de la Unión Soviética no puso término al socialismo y a los regímenes que se inspiran en los análisis de Marx. Diversas experiencias, de desigual valor, hay que reconocerlo, se prosiguen en regiones diversas del mundo para superar las alienaciones que retienen aún el pueblo en la ignorancia y la dependencia. Habría sido pertinente poner de relieve la contribución de Jesús de Nazareth en esta marcha del pueblo hacia su plena liberación. No cabe duda de que los comentarios del autor sobre estas nuevas realidades que suscitan muchos debates entre las jerarquías locales y los Gobiernos elegidos de estos países, habrían aportado una luz, seguramente refrescante y llena de esperanza, para estos pueblos en búsqueda de dignidad y respeto.
Respecto al Tercer Mundo
Hay dos pasajes que hablan del Tercer Mundo, pero cuyo sentido no converge del todo. El primero se encuentra en el marco de las tentaciones de Jesús en el desierto.
"Las ayudas de Occidente a los países en vías de desarrollo, fundadas sobre principios puramente técnicos y materiales, que no solamente han dado de lado a Dios, sino también han alejado a los hombres de Dios movidos por el orgullo de su pretendido saber, han hecho del Tercer Mundo el Tercer Mundo en sentido moderno (p.53)."
Para el lector informado, este análisis no corresponde en nada a las verdaderas causas del subdesarrollo. En primer lugar, si hay ayudas de Occidente a los países en vías de desarrollo, es mucho mayor el saqueo realizado por este mismo Occidente que se dice, sin embargo, portador de los valores cristianos. Decir que Dios no se encuentra allí, es negar la presencia misionera masiva en los países en vías de desarrollo al igual que el carácter cristiano de los países donde están presentes. ¿Acaso no tenemos derecho a preguntarnos de qué Dios se trata? ¿El Dios revelado en Jesucristo o un dios enajenador? La cuestión se plantea y debería hacernos reflexionar. Las observaciones de Benedicto XVI abren la puerta a esta clase de cuestiones.
El segundo texto, mucho más cerca de los análisis sociales, políticos y económicos del subdesarrollo nos reconcilia con el autor. Se encuentra en el marco de las reflexiones sobre la parábola del Buen Samaritano.
"Esta parábola es de una actualidad patente. Si la transponemos a escala internacional, vemos que estamos concernidos por los pueblos de África que se han despojado y saqueado. Vemos también hasta qué punto son nuestro "prójimo": nuestro método de vida, nuestra historia, en la que también estamos implicados, contribuyeron y contribuyen aún a su saqueo [...] Nosotros les hemos aportado el cinismo de un mundo sin Dios, donde la única cosa que importa, es el poder y el beneficio. Hemos destruidos la escala de valores morales de tal modo que la corrupción y la voluntad de poder sin escrúpulo terminen por imponerse como evidencias. Y África no es un caso aislado (p.223)."
En relación a este saqueo de los países del Tercer Mundo, el autor, aunque precisa que África no es un caso aislado, silencia completamente América latina como tal, una región que cuenta con el mayor número de católicos, y donde las fuerzas capitalistas y socialistas libran un combate encarnizado. Silencio tanto más llamativo cuando la Iglesia está muy comprometida allí. Los obispos y dignatarios eclesiásticos se alinean, en su conjunto, con las fuerzas del capital mientras que varios sacerdotes y cristianos se comprometen con los más pobres, se alinean con estos últimos. Habría sido interesante que el autor pusiera de relieve la contribución de la Iglesia a aquellos con quien Jesús se identifica: "Lo que hagáis al más pequeño de los míos, es a mi a quien lo haréis". Es sin duda en este contexto latino americano donde el autor habría podido desarrollar con mayor claridad su postura respecto a la teología de la liberación así como la sostenida por las jerarquías católicas y el Vaticano. El rostro de Jesús de Nazareth quedaría resaltado con mayor fuerza.
La respuesta de Benedicto XVI a todos estos males
Inspirándose en Ezequiel 9,4, el autor nos refiere "a estas personas que no se dejan arrastrar a hacerse cómplices de la injusticia que se ha convertido en algo natural, sino que, al contrario, la padecen. Incluso si no está en sus manos poder cambiar en su conjunto esta situación, ellos oponen al reino del mal la resistencia pasiva del sufrimiento, la tristeza que pone un límite al poder del mal" (p.108).
Actualmente los obispos de Venezuela no son muy propensos a la resistencia pasiva del sufrimiento. Son aliados de quienes pertenecen precisamente a este capitalismo salvaje cuyo cuadro nos bosqueja el autor. Es por otra parte el caso de la gran mayoría de los obispos de este Continente con los que las multinacionales y las Administraciones americanas pueden contar. La resistencia pasiva no está hecha precisamente para ellos.
No es el caso de los cristianos que mantienen los mayores presupuestos militares y que encienden por todo el mundo el fuego de la guerra. Por ejemplo el Sr. Bush, que ruega a Dios todos los días: el acoso de Cuba y el Bloqueo que mantiene en su contra no forman parte seguramente de la resistencia pasiva, igualmente que sus intervenciones en Irak y Oriente Medio.
Entonces, ¿a quién recomienda esta resistencia pasiva del sufrimiento? ¿Será, por casualidad, a los que son víctimas de estos imperios? ¿Se trata del reconocimiento de la fatalidad del derrotismo de dos tercios de la humanidad prisioneros entre "estas horribles garras de la rapacidad"? ¿Es ése el mensaje de Jesús y de la Iglesia a estos hombres y mujeres que sufren la explotación y el dominio? No podríamos aplicar desgraciadamente a las autoridades eclesiales de hoy la frase del autor ya citado sobre los saduceos:
"Las autoridades eclesiales, que." forman mayoritariamente parte de la aristocracia y la clase sacerdotal, se esfuerzan en vivir un cristianismo lúcido, conforme al modelo espiritual del tiempo, lejos de adaptarse a la dominación del imperio estadounidense."
¿Qué piensa el autor de los pueblos que deciden tomar en sus manos su destino y rechazar las fuerzas capitalistas que "rebajan a los hombres al rango de mercancías" como es el caso de Bolivia, Venezuela, Ecuador, Nicaragua y otros que caminan a pesar de los obstáculos? ¿No hay allí alternativas a la resistencia pasiva que permitan al hombre encontrar su dignidad e inspirarse en el respeto sin perder no obstante la fe y su comunión con el Cristo resucitado?
Estas luchas llevadas con coraje por una humanidad más justa, más respetuosa de los derechos de cada uno, ¿no son esa semilla en la tierra y esa levadura en la masa que llevan los dolores del parto del hombre nuevo? Esta referencia a la resistencia pasiva contrasta con el Jesús de los Evangelios que no dejó de llamar activamente a un cambio del orden de valores y a denunciar a quienes se refugian en cultos y costumbres sin participar realmente en el nacimiento de este hombre del que Cristo es el principio y la coronación. El mensaje de María a su prima Isabel no remite precisamente a la resistencia pasiva.
"Desplegó la fuerza de su brazo; dispersó a los hombres de pensamiento orgulloso; derribó a los poderosos de sus tronos y elevó a los humildes; a los hambrientos, los colmó de bienes y a los ricos, los despidió con las manos vacías (Lc. 1, 51-55)."
CONCLUSIÖN
En esta obra sobre Jesús, hay silencios que hablan tanto como lo que se escribe allí. Estos silencios son tanto más significativos cuanto el autor, eminente teólogo de notable erudición, no puede fingir olvido o ignorancia.
Es cierto que el abordar de frente los textos referentes a los fariseos y los Grandes Sacerdotes le habría llevado a hacer una determinada autocrítica de la Iglesia institucional y a asumir los "mea culpa" inevitables. El silencio le permitió hacer caso omiso de esta autocrítica y mantener el rumbo de una Iglesia sostenida por la vida sacramental y dirigida por una élite sacerdotal.
Su silencio sobre la teología de la liberación y sobre América Latina le permitió evitar hablar del capitalismo estadounidense, del neoliberalismo y de las fuerzas que se enfrentan. Hablar le habría obligado a comprometerse respecto a las políticas intervencionistas de los Estados Unidos, sobre su capacidad de manipulación y explotación. Habría debido discutir sobre el socialismo del siglo XXI, hablar de Venezuela, Bolivia, del bloqueo de los EE.UU contra Cuba. Su silencio le ha permitido evitar todas estas cuestiones y no ensombrecer el Imperio y sus aliados cristianos en América Latina.
Sé que mis reflexiones y comentarios no son de agradables ni para el autor, ni para quienes le siguen por esta vía. Mi objetivo no es ciertamente agradar a cualquiera, sino comprender mejor el rostro humano de Jesús de Nazareth en el mundo de hoy.
Pienso que una vuelta al relato del Juicio Final (Mt 25,31-46) que el autor aborda (p.356), sin realmente comentarlo en sí mismo, sería apropiada para abrirnos a lo más esencial del nuevo orden de valores aportado por Jesús a la humanidad entera.
os.fortin@sympatico.ca http://humanisme.overblog.com/
Traducción del francés al español realizada por los servicios de ATRIO
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