Carta al
Papa Francisco
Québec, 6
de enero de 2014
Al muy honorable papa Francisco:
Quiero manifestaros toda la
alegría que yo siento al veros caminar en medio de esos doctores de la ley y de
esos grandes sacerdotes cuyo ego, más bien muchas veces que pocas, con un
semblante de piedad y devoción. Cuando uno les escucha es como si el
cumplimiento de sus funciones le abriera el acceso directo al Espíritu Santo,
convirtiendo sus opiniones en certezas eternas. Ellos me hacen pensar en
aquellos a los que Jesús denunció en la época de Caifás(Mt. 23).
Mi alegría
nace igualmente de vuestra forma de comportaros con los humildes y pequeños de
este mundo, y de
la libertad con la que habláis de Jesús y de los grandes problemas del tiempo
en el que vivimos. Vuestra primera exhortación apostólica, Evangelii gaudium,
aborda problemas de fondo que se refieren tanto a la Iglesia como al mundo.
Habéis
hecho que la proximidad con los pobres y la pastoral de acompañamiento sean las
bases humanas que están en el corazón de las preocupaciones de esta Iglesia que
debemos reconstruir. Son igualmente estos pobres los que interpelan al mundo y a la
iglesia. En vuestra exhortación Evangelii Gaudium habéis mostrado, con
términos claros, que no dejan lugar a ningún equívoco, cuales son las causas
profundas de la pobreza y de las diferencias sociales.
«Ya no podemos confiar en las
fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado. El crecimiento en equidad
exige algo más que el crecimiento económico, aunque lo supone, requiere
decisiones, programas, mecanismos y procesos específicamente orientados a una
mejor distribución del ingreso, a una creación de fuentes de trabajo, a una
promoción integral de los pobres que supere el mero asistencialismo.» (204).
«
Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando
a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y
atacando las causas estructurales de la inequidad[173], no se resolverán los
problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de
los males sociales » (202).
Éste es un análisis que comparten
numerosos pensadores, un análisis en el que se inspiran cada vez más numerosos
pueblos y gobiernos. Cuando habláis de esta autonomía absoluta de los mercados,
habláis inevitablemente de este sistema capitalista que vuestro predecesor
Benedicto XVI ha descrito tan bien en su primer libro sobre Jesús de Nazaret
(edición francesa, Flammarion 2007, pag. 120):
«Ante el abuso del poder
económico, de las crueldades del capitalismo que degrada al hombre a la
categoría de mercancía, hemos comenzado a comprender mejor el peligro que
supone la riqueza y entendemos de manera nueva lo que Jesús quería decir al
prevenirnos ante ella, ante el dios Mammón que destruye al hombre,
estrangulando despiadadamente con sus manos una gran parte del mundo».
« ¿No es cierto que el hombre,
la criatura hombre, ha sido alienado, maltratado, explotado, a lo largo de toda
su historia? La gran mayoría de la humanidad ha vivido casi siempre en la
opresión; y desde otro punto de vista: los opresores, ¿son realmente la
verdadera imagen del hombre?, ¿acaso no son más bien los primeros deformados,
una degradación del hombre? Karl Marx describió drásticamente la «alienación»
del hombre (…). Él aportó una imagen clara del hombre que había caído en manos
de los bandidos».
Aquellos que os acusan de
comunista y de marxista han olvidado ya hace tiempo las declaraciones del Papa
Emérito, Benedicto XVI. En este caso, ellos sabías que esas declaraciones no se
fundaban en ninguna voluntad real de cambiar el sistema. Ellos (los que os
acusan de marxista) no habían dudado en celebrar, en el ano 2008, con gran
pompa el aniversario de su nacimiento en los jardines de la Casa Blanca,
proclamando con alta y clara voz: GOD BLESS AMERICA. Hay que reconocer que él
se ha prestado a ellos. En vuestro caso la cosa es totalmente distinta. Habéis
preferido celebrar vuestro aniversario en compañía de mendigos.
Hay que añadir que las
declaraciones de vuestro predecesor estaban perdidas en un libro de varios
cientos de páginas, mientas que vos las habéis convertido en una parte
importante de vuestra declaración apostólica. La visibilidad de esas
declaraciones no es la misma, ni es la misma su intención. Vuestra
determinación de seguir adelante en esta cuestión no es de la misma naturaleza
que la de vuestro predecesor. Benedicto XVI hacía sus declaraciones desde una
lógica de la racionalidad, mientras que vos las hacéis desde una lógica de la
justicia, de la equidad, del
respeto, de la solidaridad con los pobres y excluidos de nuestras sociedades.
Vos sabéis mejor que yo que la
Iglesia Católica, por diversas razones, ha perdido gran parte de su
credibilidad en cuestiones de justicia, de equidad, de respeto de los derechos
de las personas y de los pueblos. Esto se debe al hecho de que, en muchas
ocasiones, ella ha utilizado un lenguaje de apertura, pero sin que se haya
expresado en hechos concretos. Ciertamente, vos aludís a ellos en vuestra
exhortación:
« 207.
Cualquier comunidad de la Iglesia, en la medida en que pretenda subsistir
tranquila sin ocuparse creativamente y cooperar con eficiencia para que los
pobres vivan con dignidad y para incluir a todos, también correrá el riesgo de
la disolución, aunque hable de temas sociales o critique a los gobiernos.
Fácilmente terminará sumida en la mundanidad espiritual, disimulada con
prácticas religiosas, con reuniones infecundas o con discursos vacíos.»
Muy amado papa Francisco, con
esto llego al punto central de las preocupaciones que me han impulsado a
escribiros esta carta. Yo no quisiera que vuestras propuestas carecieran de consecuencias
concretas, y que la radicalidad del evangelio, aquella que está en la base de
los verdaderos mártires y santos, no esté a la altura de los tiempos en los que
vivimos.
¿Sería
posible que bajo vuestro gobierno se rompiera esta gran alianza no escrita de
la Iglesia con los poderes del Imperio? ¿Cómo podrá convertirse la Iglesia en
una fuerza de transformación radical, oponiéndose a las causas estructurales de
la injusticia social, si sus principales representantes jerárquicos en el mundo
siguen formando parte de estas mismas estructuras criminales?
Estas jerarquías, incitadas por
las oligarquías y el Imperio, son a menudos las primeras que se ponen al frente
para condenar los regímenes políticos que emergen en América Latina y en otros
países del mundo, cuyo principal objetivo es liberar sus pueblos de las
estructuras que engendran las diferencias sociales, la pobreza, la corrupción y
la violencia. Ellas (las jerarquías) se vinculan con esas estructuras como si
ellas vinieran del mismo Dios.
¿No es éste el caso de algunos
de vuestros consejeros más próximos? Estoy pensando, entre otros, en el
cardenal Oscar Andres Rodriguez Maradiaga, portavoz de vuestro G-8.? ¿Qué
pensar de su participación, en el año 2009, en el golpe de estado militar que
ha desalojado por la fuerza a Manuel Zelaya, legítimamente elegido presidente
de Honduras? Yo no creo que él haya cambiado desde entonces. Su actitud en las
últimas elecciones hondureñas ha servido mas para debilitar la fuerza (el
partido LIBRE) del socialismo del siglo XXI, alternativa al capitalismo que
condenan los papas, cubriendo así los fraudes electorales al servicio de los
oligarcas y del Imperio.
Yo pienso
igualmente en vuestro nuevo Secretario de Estado, Pietro Parolin, que ha secundado a la jerarquía
episcopal venezolana en su lucha contra Chávez y contra el régimen del
socialismo del siglo XXI. Lejos de profundizar en la realidad el pensamiento de
este socialismo, y de apoyar a quienes lo sostienen, ellos han actuado al
servicio del Imperio y de los oligarcas, adversarios furiosos de este
socialismo y de los que le dan consistencia. Y sin embargo, el socialismo del
siglo XXI es mucho más compatible con el espíritu de los evangelios y del
pensamiento del papa que el neoliberalismo y el capitalismo.
Si queréis que la Iglesia vuelva
a encontrar su credibilidad evangélica, me parece que sus dirigentes deben
comprometerse sin ambigüedad en contra de este sistema generador de pobreza y
de otras muchas degeneraciones. Si la Iglesia de principios del siglo XX exigía
que sus pastores hicieran el juramento antimodernistas ¿por qué no exigirá que
ellos realicen hoy un juramento anticapitalista o si prefieren
anti-imperialista?
Sea lo que fuere de ellos, los
nuevos nombramientos del papa para los puestos jerárquicos deberían tener en
cuenta el perfil ideológico de los candidatos. Por el momentos, la ideología
dominante de la jerarquía católica es de tipo neoliberal y capitalista. El
cardenal Marc Ouellet, que dirige el dicasterio responsable del nombramiento de
los obispos, es un buen representante de esta ideología. Esto no es muy
prometedor para un cambio de orientación.
Para dar consistencia a vuestra
exhortación apostólica, me parece necesario que rostros nuevos de profetas y
personas semejantes tomen el relevo en algunas funciones esenciales de la
Iglesia. De lo contrario, la conversión esperada quedará en las manos de
aquellos que debían convertirse. Desgraciadamente, ellos no están convencidos
de que es necesaria su conversión, quieren sólo la de otros.
La lucha con y a favor de los
pobres no puede darse sin la desaparición del sistema que lo genera. Hay
pueblos que se aplican a ellos y dirigentes políticos que consagran su vida a
ellos. La Iglesia debería estar a su lado, y no en contra de ellos, como
desgraciadamente sucede muy a menudo.
No podemos
hacer que llegue el Reino de Dios a la tierra mientras sostenemos el reino de
mamón sobre esta misma tierra. Los paradigmas no son simplemente los mismos. En
este campo no hay lugar para servir al mismo tiempo a dos amos: a Dios y a la
Mamon.
Yo cuento con vuestro sentido de
la habilidad y con vuestra destreza para resolver esta incoherencia entre el
discurso y la práctica de la Iglesia en estos compromisos sociales, políticos y
económicos. Ciertamente no es fácil distanciarse de amigos con los cuales ha
simpatizado la Iglesia durante tantos años.
En el párrafo 208 de vuestra exhortación
apostólica se puede sentir este sufrimiento ante una separación que se vuelve
necesaria. Vos sentís como la necesidad de excusaros para poder decirles cosas
desagradables:
«Si alguien
se siente ofendido por mis palabras, le digo que las expreso con afecto y con
la mejor de las intenciones, lejos de cualquier interés personal o ideología
política. Mi palabra no es la de un enemigo ni la de un opositor. Sólo me
interesa procurar que aquellos que están esclavizados por una mentalidad
individualista, indiferente y egoísta, puedan liberarse de esas cadenas
indignas y alcancen un estilo de vida y de pensamiento más humano, más noble,
más fecundo, que dignifique su paso por esta tierra».
Si en el siglo pasado la Iglesia
hubiera hablado con esta misma dulzura y humildad a los dirigentes comunistas,
tanto de la Unión Soviética como de China, las relaciones entre la Iglesia y
esos regímenes hubieran sido sin duda mucho menos enfrentadas. Esto vale
igualmente para todas las fuerzas sociales, políticas y religiosas que están
implicadas en los conflictos entre los pueblos y naciones.
Gracias,
querido amigo Papa Francisco, por haberme leído hasta el fin y sobre todo por
haberme leído con ese amor muy profundo que compartís con los humildes de la
tierra y con
todas las personas de buena fe. Yo me uno a la oración de todas esas personas
de buena voluntad para que el Espíritu continúe siendo vuestra inspiración y
para que el Cristo sea vuestra fuerza y vuestro único maestro.
Que vuestra bendición y vuestras
oraciones me acompañen.
Un hermano, en esta gran humanidad que el Resucitado
sustenta expandiendo sobre todos y sobre todas los dones de su Espíritu, según
su voluntad (I Cor 12:11)
Oscar Fortin
Québec, le 6 de Enero 2014
http:/humanisme.blogspot.com
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